Algo especial ha de tener este señor Tarantino ya que, con menos de una decena de largometrajes dirigidos en su haber, ha impuesto sus filmes como "películas de Tarantino" aunque en el elenco figuren nombres rutilantes como los de John Travolta, Harvey Keitel, Bruce Willis, Uma Thurman, Kurt Russell, Brad Pitt o (en este caso) los enormes Christoph Waltz, Leonardo DiCaprio, Jamie Foxx o Samuel Jackson. Una de las (tantas) características que distinguen al realizador entre sus colegas es la creatividad de la que hace gala tanto en los aspectos formales de sus filmes como en las atrevidas situaciones que propone desde los guiones. La utilización osada de la música, el escaso respeto por el rigor histórico que enmarca a sus historias y los permanentes guiños cinéfilos a la platea figuran entre sus apreciadas marcas de fábrica. Todo esto aparece en estado puro en este western que a lo largo de casi tres horas divierte, entretiene y sorprende al espectador.
Una historia de sangre y violencia que transcurre en ese sur norteamericano en el que ya se palpita la guerra civil que está a punto de desencadenarse; un dentista alemán que en realidad es un cazador de recompensas, un esclavo que pretende liberar a su esposa cautiva en una plantación, un despótico traficante que promueve peleas a muerte entre esclavos y un servil amanuense negro que maneja tiránicamente a sus congéneres son algunos de los ingredientes con los que Tarantino arma un imperdible plato, ornamentado con una excelente fotografía y un sobresaliente manejo de la música. El realizador avisa de entrada que va a ofrecer un western con todas las de la ley, e inmediatamente comienza a salirse de los márgenes del género para escribir su propia historia. Amaga con proponer una reflexión sobre la esclavitud y la intolerancia racial y termina por utilizar ese marco anecdótico para esbozar una parábola sobre la venganza y la redención.
Las actuaciones (extraordinario, una vez más, Christoph Waltz) son otro punto descollante de la producción. Jamie Foxx encuentra el tono justo para su Django, y concreta una transición sorprendente entre el esclavo temeroso de los primeros minutos y el pistolero infalible del final, y DiCaprio confirma sus dotes de gran actor y se luce con los cambios de humor de su personaje; el resto del elenco aporta tipos exactos para cada una de las situaciones diseñadas desde el guión. En definitiva, todo suma para que Tarantino cuente "su" western, que critica, caricaturiza y, al mismo tiempo, homenajea a aquellas producciones italianas que marcaron una época dentro del cine de acción. Y hay que destacar el sentido del humor que campea sobre toda la proyección, con tramos antológicos como el de la incursión de una suerte de "pre Ku Klux Klan", una secuencia que por sí sola devuelve el precio de la entrada.